El movimiento que se registra cada fin de semana en locales de moda como la Oak Barcelona es un claro ejemplo de que el baile sigue siendo una de las opciones de ocio preferidas entre la población. ¿Quién no se ha soltado la melena alguna vez en la pista de baile al ritmo de su canción favorita? ¿A quién no le ha sorprendido encontrarse al tímido de clase dándolo todo en la discoteca? Dicen por ahí que el baile y la música nos ayudan a desinhibirnos y a relacionarnos con los demás. Y nosotros no podemos más que suscribir esa afirmación.
Más allá de nuestras habilidades lingüísticas, el baile destaca por su capacidad de vincular a los individuos a nivel emocional. Es de hecho un lenguaje universal presente en todas las culturas. En 2009, el psicólogo húngaro István Winkler desmontó a todos los que se escudan en el “es que no sé bailar” o en el “no tengo nada de ritmo, mejor me quedo tomándome una copa”. Los desmontó demostrando que las todas personas venimos al mundo dotadas de un sentido rítmico-musical, por tibio que sea. Aunque luego unos lo desarrollemos más que otros, nadie escapa a las ganas de moverse al ritmo de la música. Aunque al final no se atreva, algo recorre su cuerpo animándole a hacerlo. Porque estamos hablando de una capacidad innata de los seres humanos. Capacidad de la que no se escapa nadie y en BN Grup lo sabemos. Ni el amigo seta que se queda acodado en la barra viendo como los demás se dejan llevar por el ritmo de la música ni por supuesto tampoco el danzarín del grupo. Entre media nos encontramos con una interesante escala de grises. El que solo baila cuando se ha tomado ya unas copas, el que solo se anima a salir a la pista con alguien de confianza o el que espera a que el espacio esté masificado para pasar inadvertido. De todos modos, a todos estos perfiles les une algo: saben que el baile les ayuda a relacionarse. A relajarse y, aunque parezca que no, a mantenerse activos.